DEMOCRACIA, DESARROLLO Y EQUIDAD: UNA DEUDA PENDIENTE (Por Pablo Rutigliano, Presidente de la Cámara Latinoamericana del Litio)

El pueblo elige democráticamente a sus funcionarios, a sus políticos, a sus representantes. Pero esa misma democracia, que debería ser el cimiento de una sociedad justa y equitativa, muchas veces se ve distorsionada por un poder que no pasa por las urnas: el de los intereses económicos y empresariales que financian campañas, condicionan políticas y, en consecuencia, terminan monopolizando industrias clave para el desarrollo de los países.
En América Latina, esta tensión entre democracia formal y poder económico real se vuelve cada vez más evidente. El litio, como ejemplo concreto, se ha transformado en uno de los recursos más codiciados del siglo XXI. Su potencial para generar riqueza y desarrollo es innegable, pero esa riqueza solo puede traducirse en bienestar colectivo si se administra con una visión estratégica y soberana. Si el litio –como otros recursos naturales antes– cae en manos de pocos, volveremos a repetir la historia de dependencia y desigualdad.
La cuestión fundamental es: ¿dónde se va a construir la equidad? ¿Cómo se va a mantener el equilibrio entre las necesidades del pueblo y las dinámicas de las economías impulsadas por el capital privado? Definir ese equilibrio es esencial. Cuando no se establece con claridad, el sistema político y económico se desarticula, generando caos, corrupción y procesos que obstaculizan la transformación profunda que nuestros países necesitan para crecer y alcanzar una sustentabilidad social real.
La política debe recuperar su propósito original. Debe recordar que su legitimidad emana del voto popular y que su función es, ante todo, representar al pueblo. Pero no se trata de caer en posturas antiempresa. Por el contrario, el desarrollo sostenible y duradero solo se logrará si hay una articulación inteligente entre el sector público y el privado. Lo que no puede permitirse es que los intereses corporativos suplanten al interés general.
La equidad no se construye con discursos. Se construye con decisiones. Con marcos normativos que prioricen el desarrollo nacional, con mecanismos de control que garanticen la transparencia, y con una mirada geopolítica que defienda nuestros recursos como patrimonio estratégico. En definitiva, con una política que tenga el coraje de poner al ser humano y al ambiente en el centro de la agenda.
América Latina tiene una oportunidad histórica. Pero esa oportunidad no está garantizada. Depende de que la democracia sea más que un acto electoral cada cuatro años. Depende de que los representantes del pueblo, una vez en el poder, recuerden a quién deben servir. Y de que la economía, en lugar de absorber a la política, sea guiada por ella en función del bien común.